Había una vez una joven llamada Ana. Ella vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas verdes y ríos tranquilos. A simple vista, su vida parecía perfecta: tenía
Había una vez una joven llamada Ana. Ella vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas verdes y ríos tranquilos. A simple vista, su vida parecía perfecta: tenía una familia amorosa, amigos cercanos y un buen trabajo en la biblioteca del pueblo. Pero lo que nadie sabía era que Ana llevaba consigo un peso muy grande, algo que ni siquiera ella podía ver.
Un día, mientras caminaba hacia el trabajo, Ana empezó a sentir que algo no andaba bien. Su corazón latía rápido, como si hubiera corrido una maratón, pero no había hecho ningún esfuerzo. Las manos le temblaban y una sensación de inquietud la invadía. No entendía por qué se sentía así. Después de todo, no había nada en su vida que pudiera justificar esa sensación tan incómoda.
Con el paso de los días, este sentimiento se hacía más fuerte. En ocasiones, Ana se encontraba paralizada por el miedo sin razón aparente. Otras veces, simplemente no podía levantarse de la cama, como si una nube oscura se hubiera instalado sobre ella. Le costaba trabajo concentrarse, y las cosas que antes disfrutaba, como leer un buen libro o charlar con sus amigos, ahora le parecían pesadas e innecesarias.
Un día, mientras Ana estaba en la biblioteca, una señora mayor se acercó y le preguntó: “¿Estás bien, querida?”. Ana, que siempre intentaba mantener la compostura, forzó una sonrisa y dijo que sí. Pero la señora no parecía convencida.
“Sabes,” dijo la señora, “hay veces que cargamos con monstruos invisibles, monstruos que nadie más puede ver, pero que nos pesan tanto que apenas podemos caminar. Esos monstruos se llaman ansiedad y depresión.”
Ana se sorprendió al escuchar esas palabras. “¿Ansiedad? ¿Depresión?”, preguntó confundida.
La señora asintió con una sonrisa comprensiva. “Sí. La ansiedad es como un monstruo que te susurra al oído todo el tiempo, haciéndote creer que algo malo va a pasar, aunque no tengas ninguna razón para pensarlo. Hace que tu corazón se acelere, que sientas miedo, y que te cueste relajarte. Y la depresión… bueno, es como un monstruo más grande, que se sienta sobre tus hombros, quitándote la energía y la alegría. A veces, no te deja ver la luz del sol, aunque esté brillando justo frente a ti.”
Ana escuchaba atentamente. Lo que decía la señora tenía mucho sentido para ella. “¿Y cómo puedo luchar contra esos monstruos?”,
preguntó Ana, sintiéndose un poco más aliviada al saber que no estaba sola.
La señora sonrió aún más ampliamente. “El primer paso es reconocer que esos monstruos existen. No estás loca, y no eres débil por sentirte así. Todos tenemos nuestros propios monstruos, y no hay nada de malo en pedir ayuda para enfrentarlos. Hay personas que pueden ayudarte: médicos, terapeutas, amigos… Pero también es importante cuidar de ti misma. Hablar de lo que sientes, cuidar tu cuerpo y tu mente, hacer cosas que te gusten, y, sobre todo, ser paciente contigo misma.”
Ana se sintió conmovida por las palabras de la señora. Nunca había pensado en sus sentimientos como “monstruos”, pero ahora tenía más claro lo que estaba enfrentando. Sabía que no sería fácil, pero también entendía que no tenía que luchar sola.
Esa misma tarde, Ana decidió hablar con su familia sobre lo que estaba sintiendo. Al principio, fue difícil poner en palabras lo que había estado experimentando, pero poco a poco se fue sintiendo más ligera al compartir su carga. Su familia la escuchó con atención y le ofreció todo su apoyo. Juntos, buscaron la ayuda de un terapeuta que guió a Ana en su camino hacia la recuperación.
Con el tiempo, Ana aprendió a convivir con sus monstruos.
No desaparecieron por completo, pero ya no eran tan grandes ni aterradores como antes. Descubrió que, al reconocer su existencia, podía encontrar maneras de mantenerlos a raya. Se dio cuenta de que la ansiedad y la depresión no definían quién era, sino que eran solo una parte de su historia, una parte con la que había aprendido a lidiar.
Y así, Ana siguió viviendo en su pequeño pueblo, rodeada de montañas verdes y ríos tranquilos. La vida no siempre fue fácil, pero ahora sabía que, con amor, apoyo y cuidado personal, podía enfrentarse a cualquier monstruo que apareciera en su camino.
Todos tenemos nuestros propios monstruos, como la ansiedad y la depresión, pero no tenemos que enfrentarlos solos. Hablar, pedir ayuda y cuidar de nosotros mismos puede hacer que esos monstruos sean más pequeños y menos aterradores.